domingo, 26 de julio de 2009

La dura infancia africana

1 comentario:

  1. No es menester ir muy atrás en el tiempo para encontrar imágenes como esta en nuestra memoria colectiva. La historia del Hombre es la historia de una superación. Crecemos y sobrevivimos, generación tras generación, para ganar calidad de vida, para ser más libres y, en consecuencia, más felices cada día. Y ello es así desde hace unos cuantos millones de años, desde que decidimos bajarnos del árbol y aventurarnos por estas praderas infinitas, por estos mares y estas montañas, por este planeta en el que, de momento, hemos conseguido dominar - no sabemos si para bien o para mal, pero esta es otra cuestión -. En este camino nunca hemos ido parejos los habitantes de uno u otro lugar. Siempre hubo diferencias, y ahora, a pesar de lo acelerado, barato y cómodo de las comunicaciones, de cualquier tipo, también sigue habiendo diferencias. En África, como en tantos otros lugares, encontrarás gente de mirada triste, pero también gente alegre y sana que lucha por sobrevivir sin perder la esperanza. Y por último te voy a confesar una cosa que puede resultar en principio muy duro, pero que es una realidad absoluta: la caridad, desde las oenegés hasta las religiones, sean cuales sean unas y otras, no sirven para mejorar las condiciones de vida de quienes andan más atrasados, simplemente lo que hacen es constatar un problema, dar soluciones puntuales que de nada sirven, y dar crédito a un sistema económico mundial que hoy, por supuesto como ayer, sólo está pendiente de su propio desarrollo. O lo que es lo mismo, primero les robamos y luego les ponemos una vacuna, les enseñamos a rezar o les damos un mendrugo de pan, pero lo más importante, lo de robarles sus recursos nosotros que los aprovechamos mejor, eso no cambia. En toda esta barbaridad, los oenegistas, los religiosos y todos los demás, sólo hacen certificar y dar cobertura a una situación injusta. Mejor sería dejarlos vivir, a su manera, que se vayan desarrollando como a ellos les parezca oportuno, y no necesariamente a nuestro modo y semejanza, como si fuéramos dioses de tres al cuarto. Dejarlos vivir y, por supuesto, dejar de robarles lo que es suyo de una puta vez. Un abrazo Yuca.

    ResponderEliminar